La vida de los bonobos (Pan paniscus) es simplemente increíble. El paraíso para cualquier hombre y cualquier mujer con el apetito sexual de un hombre. ¿Pelea con alguien de tu grupo? ¡No hay problema! Todo se resuelve teniendo sexo entre ellos. ¿Quieres algo de comida que otro compañero tiene y no tienes nada para ofrecerle en el intercambio? ¡No hay problema! Todo se resuelve teniendo sexo (cualquier similitud con la prostitución, probablemente no es coincidencia). ¿Estás aburrido, estresado, tenso? ¡No hay problema! Todo se resuelve teniendo sexo. Y no escatiman en creatividad: sexo genital cara a cara (principalmente hembra con hembra, seguido en frecuencia por el coito hembra-macho y las frotaciones macho-macho), besos con lengua, sexo oral, y verdaderas orgías grupales. Y por si esto no basta, hay que indicar que ellos no conocen de tabúes: les es válido para miembros dentro y fuera de la familia, adultos, jóvenes, ancianos, estériles y cuanta cosa haya. Toda esta actividad sexual ayuda a mantener el estrés y la violencia al mínimo dentro de la comunidad, ayuda a las jerarquías sociales (matriarcales por cierto). En palabras de Richard Wrangham y Dale Peterson, “Nos muestran que la danza evolutiva de la violencia no es inexorable”. Creo que podríamos hablar de una verdadera sexocracia, considerando que el sexo actúa como moneda de cambio, mecanismo de des-estrés, saludo, reconocimiento en el status social, etc., etc., etc.
El problema es que la historia no puede ser tan bonita y simple. Si nos dejamos guiar por la superficialidad, uno pensaría “¡Oh! Los bonobos han encontrado la clave para vivir en paz, sin competencia ni estrés”. Pues resulta que eso no es del todo correcto. La solución de los bonobos no es algo generalizado en la naturaleza, por lo que uno tiende a pensar más bien que se trata de una excepción de la cual sería difícil hacer generalizaciones. Por brillante que nos parezca, los bonobos tienen los mismos problemas que los demás animales: machos buscando tantas hembras como pueda para mantener crías y hembras buscando a los mejores machos para sus crías; además del problema de paternidad: ¿Qué macho es el verdadero padre? ¿Por qué cuidar de un hijo ajeno o hacer que mi mona pierda tiempo criando un hijo que no es el mío? Son raciocinios como esos los que invitan al infanticidio, tan común en otros organismos. Por espectacular que parezca la solución, los bonobos no pueden abstraerse de eso, la lucha por la supervivencia y la reproducción diferencial a pesar de que se busque maximizar el éxito reproductivo.
¿Cómo logramos conciliar esto? La selección sexual consiguió un camino alternativo de competencia: los machos, en lugar de luchar entre ellos por las hembras, lo hacen sus espermatozoides. Los bonobos tienen unos testículos bastante grandes en comparación a su tamaño corporal, lo cual les permite generar un número bastante elevado de espermatozoides. Esto es importante si consideramos que las hembras son promiscuas y tienen sexo con todos y todas indistintamente de su ciclo reproductivo. Este comportamiento promiscuo genera incertidumbre en los machos, que no pueden estar seguros de ser o no el padre oficial. Lo único que pueden hacer es liberar una gran cantidad de espermatozoides en cada ocasión y dejar que sean ellos los que libren la lucha. Un fuerte contraste con animales cercanos filogenéticamente como los gorilas: los machos gorilas son sumamente grandes en comparación a las hembras, pero tienen unos testículos pequeños y una liberación de espermatozoides bastante reducida. Es el caso opuesto al de los bonobos: los machos pelean por las hembras y sus espermatozoides tienen asegurada la victoria.
En el gráfico de la derecha se observa una relación entre el tamaño del cuerpo y el tamaño de los testículos de distintos primates. Los puntos rojos son especies donde las hembras se aparean con más de un macho, lo que sugiere una mayor competencia entre espermatozoides. Coincidentemente, el punto rojo más alto corresponde al de los chimpancés. Los puntos azules son animales donde no hay competenica entre espermatozoides, ya sea porque tienen harenes (como los gorilas, el punto azul más alejado a la derecha) o porque son monógamos extremos como los gibones. Se observa claramente que para tamaños similares de cuerpo, los simios promiscuos tienen testículos mayores, y por ende, es posible esperar una competencia entre espermatozoides mayor.
Como un dato extra, los humanos estamos representados con una cruz, muy cerquita de los orangutanes. Estamos bastante lejos de ser como los chimpancés, por lo que la competencia entre espermatozoides debe ser mínima entre nosotros. Eso, sumado a nuestro leve, pero evidente dimorfismo sexual sugiere ciertos sistemas de apareamiento de nuestros antepasados que se´ra motivo de alguna otra entrada.
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