Nuestras mentes han evolucionado no como máquinas de supervivencia sino como máquinas de seducción. La evolución es conducida no solo por pura selección natural para sobrevivir, sino por un no menos importante proceso que Darwin llamó selección sexual, a través de la elección de pareja (…). Muchas de nuestras habilidades de comunicación, el lenguaje, el arte, la música, el humor, han aparecido en la evolución como una especie de estrategia de marketing genético, para mostrar a nuestras potenciales parejas lo buenos que son nuestros genes, lo bien que funcionan nuestros cerebros, qué ingeniosos y encantadores somos; los cerebros que mejor se venden en ese mercado del emparejamiento dejan más copias de sus genes, nuestras mentes están ahí sobre todo para vender mejor nuestros genes (Geoffrey Miller, psicólogo evolucionista).
La selección sexual toma caminos azarosos en distintos organismos, muchas veces siguiendo desarrollos explosivos. En el caso de los humanos, el desarrollo explosivo se dio en el cerebro, permitiendo, o al menos facilitando, el gran desarrollo de nuestra cultura… Y todo para buscar pareja.
Eso puede ser una buena explicación del por qué muchas grandes obras tienen siempre una “musa inspiradora” (aunque escasean los “musos”).
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